Escribo.
El bolígrafo tiembla, se desliza suavemente por el papel, se retira miedoso; pero logra su finalidad: transmitir mis palabras con papel.
Traviesas ideas bullen en mi cerebro. Se agolpan en la mente, intentan salir al exterior, cobra vida... Quieren ser escuchadas, quieren ser admitidas y alabadas. Quieren ser únicas y crear belleza.
Se lo permito.
Vuelvo a coger el bolígrafo, esta vez con firmeza. Comienzo a dudar.
¡No sé cómo debería expresarme!
¡No sé que palabras debería poner!
Me llevo las manos a la cabeza. Mi corazón late acelerado y mi mente se vuelve intranquila.
La escritura, ¡oh, la escritura!
Rebelde y veterano espíritu, ¿cómo te puedo domar?
¿Cómo puedo crear esa belleza tan deseada?
No lo sé. Tras varios años pudiendo escribir, sintiendo las palabras: cómo bailan, cómo se aclimatan al impoluto ambiente del papel, cómo toman la forma de personas, con sus propio carácter e ideas.
Desgraciadamente, la inspiración me había abandonado.
¿Cómo puede ser eso?
¿Cómo puede ser que no sea capaz de juntar palabras y hacer que creen un bonito ambiente de belleza y bienestar?
¿Cómo puedo haber sido capaz de haber perdido la inspiración?
"¡Oh, dios mío!"
Aferro la hoja y la estrecho entre mis brazos. Pierdo los nervios y rompo la hoja a cachos.
Veo cómo las palabras mueren entre mis manos: maltratadas, descuartizadas, asesinadas brutalmente...
"¡Ras! ¡Ras!" oigo el papel de romperse.
"¡¡Basta!!", grito.
Pierdo los nervios. Me siento insegura, minúscula, infravalorada. Me siento desfallecer...
Lo intento de nuevo. El bolígrafo, tan inseguro como en un principio, escribe. La caligrafía, muy cursiva, comienza a girar ante mis cansados ojos.
Las palabras siguen danzando. Ahora, no sé cómo debería pararlas.
Alocadamente, las ideas bullen en un mar de dudas. Algunas desgraciadamente se ahogan, otras salen a la superficie y el resto se mantienen rezagadas, miedosas, acomplejadas. No saben si deberían salir de nuevo al exterior. Si quieren ser escuchadas o si conseguirán su esperado propósito: la admiración ante ellas.
Suspiro.
No logro encontrar una solución. No sé cómo podría ordenarlas y conseguir la armonía necesaria.
La paz total.
Pongo un poco de música clásica. Mozart, para ser exactos.
¡Ah, La Flauta Mágica! ¡Qué canción más hermosa, más bella!...
Intento pensar. Compongo.
La escritura es un arte. La escritura es una música incesante en tus oídos; es una música que tienes que componer correctamente; es una música en la que tienes que poner las notas adecuadas para crear la armonía adecuada.
Para mí, la escritura es la fuente de imaginación. No tiene límites...
"Sol-Fa, Mi, Mi, Mi, Mi...", tarareo.
Lo encuentro. Por fin la encuentro.
Mis ojos se abren de par en par. Brillan, irradian ilusión..., y emoción.
Cojo por enésima vez el bolígrafo y escribo.
Mientras, veo el papel despezado.
¡Cómo puedo haber sido capaz de haber asesinado esas palabras!
¡Esas palabras, que podrían haber tenido una vida mejor y haber sido admiradas por los ojos de los lectores!
De pronto, avergonzada, aparto la vista.
Mientras, siento que los ojos se me llenan de lágrimas.
Siento que me lleno de paz y tranquilidad.
Y cerro los ojos.
Ahora, las lágrimas se deslizan por mis sonrosadas mejillas.
Lágrimas de tinta.
Las lágrimas que podrían haber derramado esas palabras con corazón, esas jóvenes palabras que rompemos cuando no las conseguimos unir para componer.
Componer una obra maestra.
Esas palabras olvidadas por nuestras mentes. Rechazadas por nuestro lenguaje. Abandonadas a su suerte en las entrañas del submundo.
¡Cuánto deben de haber llorado!
¡Cuánto deben de haber chillado!
¡Cuánto deben de haberse quejado! Quejándose de su propia muerte.
¡Oh! ¡Qué bellas son las palabras!
Ahora, lo pienso y lo escribo. Escribo el sufrimiento de una escritora, de un artista, de nuestros errores y de su pena por no usar las palabras correctas.
Escribo de las palabras, de su vida, de sus sentimientos, de sus asesinatos...
... y de sus lágrimas, las lágrimas de tinta que derraman.
"Leer es como recorrer unas casas con muchas habitaciones. Unas llevan a las otras y ésas a algunas más lejanas, pero todas están comunicadas entre sí. Leer es aprender a recorrer esa casa enorme, no a extraviarse en ella, a saber en cuáles habitaciones nos gustaría permanecer largo rato, en cuáles no queremos entrar o en cuáles haremos nuestra propia casa durante una temporada." Care Santos, El Anillo de Irina.
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