domingo, 20 de diciembre de 2015

MIS ESCRITOS #1: LA NOCHE DE LAS ILUSIONES PERDIDAS

El reloj marcó silenciosamente las doce menos diez de la noche. El tiempo volaba, se escurría con delicadeza de las manos, consumía el día...
Parecía que fue ayer cuando Miguel solamente era un niño pequeño, curioso, con la cara pecosa y ojos vivaces que entraba el primer día a la escuela, temeroso y emocionado a la vez.
Parecía que fue ayer cuando se graduó en compañía de todos sus seres queridos y amigos, cuando no tenía responsabilidades y pensaba en comerse el mundo.
¡Oh, el tiempo! Ese si que era su peor enemigo.
No sabía si sería la última vez que vería su cuarto, su familia o el dulce retrato de su mujer y de sus hijos de la repisa. Incluso tampoco sabía si despertaría al día siguiente, o si apenas vería la tenue luz del día filtrarse tímida por las minúsculas ventanas del hospital.
No sabía si aguantaría otro día más, si rendirse...
Miguel tenía los días contados.
La enfermedad lo atenazaba a las mullidas camas del hospital. Sin embargo, ya se había acostumbrado a estar todos los días en cama, arropado por la simpatía de los demás enfermos, que lo trataban como un amigo más.
Se rascó la dolorida cabeza. Miguel intentó levantarse, pero no pudo. No tenía fuerzas para ver la preciosa noche estrellada de aquel día, normal para él.
Otro esfuerzo y un nuevo empujón. Esta vez con todas sus fuerzas y empeño en ello.
Lo logró. Tras meses y casi años sin poder levantarse, por fin consiguió mantenerse en pie y avanzar cautelosamente hacia la ventana.
Los cansados ojos de Miguel se anegaron de densas lágrimas, que corrían veloces por sus mejillas. No sabía exactamente por qué: si por la asombrosa belleza del paisaje, si por su pequeño logro o por el miedo hacia la muerte.
En aquel momento, al hombre le daba igual. En esos segundos de gloria, sintiendo en su cara el cosquilleo de una brisa nocturna, agradeció todos los buenos momentos de su vida.
De pronto, una intensa punzada le atravesó el cuerpo entero, mezclándose de golpe una fuerte jaqueca. Su corazón comenzó a acelerarse. Parecía que se salía del pecho.
Miguel tuvo que tumbarse en la cama.
La respiración se le hacía costosa y descompasada. Gotas de sudor se posaban en su frente y los escalofríos se hacían más y más fuertes.
Palideció. Sus pupilas se dilataron y sus labios tornaron un color violáceo.
Al rato se tranquilizó.
Los ojos, muy apagados, comenzaron a cerrarse.
Una tenue luz blanca se apoderó de la sala y una dulce voz lo llamaba. La de su mujer.
-Miriam...-susurró.
Tras ochenta años viviendo, el agotado corazón de Miguel se paró...
 Y entonces, todo se volvió negro.

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